viernes, 11 de enero de 2013

Ho Voglio Verte Danzar (I)



De principios y prejuicios

Texto 1: Texto argumentativo sobre principios y prejuicios relacionado con una historia bíblica

            “No por mucho madrugar amanece más temprano” escribía enloquecido una y otra vez Jack Torrance en El Resplandor. Desde los refranes de tradición popular hasta las leyes configuradas por los altos dignatarios y magistrados, se basan en principios y prejuicios.

            En la Biblia relata Samuel 17:46,47 que cuando Israel estaba en guerra con los filisteos, estos desafiaron al pueblo israelí a que un solo hombre se enfrentara al líder de su ejército, un gigante llamado Goliat. David, un pequeño pastor, escuchó el desafío y se ofreció para derrotar al temido gigante, como diría el premio Nobel de literatura del año 1913 Rabindranath Tagore: “La verdad no está de parte de quién grite más”. Sin miramientos, estampó una piedra en la frente de Goliat y cuando éste cayó derrumbado, le cortó la cabeza. Para los hebreos éste es un momento crucial que los define como nación autónoma, pero lo más importante de esta hazaña es que desvincula los principios de los prejuicios porque David no se dejó llevar por la creencia de que cuanto más fuerte es el rival más difícil es la victoria. 

            No quiero decir que estos dos conceptos no se puedan diferenciar, pero el racismo es un prejuicio, la homofobia es un prejuicio, el machismo es un prejuicio, y a la vez todos ellos son principios. Sin ir más lejos, un cura está en contra de las bodas homosexuales porque la Iglesia no las contempla como algo natural. Este señor no es partidario de estos actos porque se rige por unos principios que le han inculcado en su educación religiosa pero a la vez se está rigiendo por el prejuicio de que los homosexuales no pueden llevar una vida normal. 

            Un anónimo decía que la gente con prejuicios solo ve aquello que coincide con sus prejuicios. Por otra parte, Enrique Rojas decía: “Algunos confunden no tener tabúes con no tener principios”. ¿Acaso ambos no nos están diciendo que los prejuicios no son más que principios, que ambos conceptos son complementarios?

            La palabra prejuicio viene de las palabras latinas prae y judicium que quieren decir antes del juicio, definición muy aproximada a la que nos da la RAE: “Acción y efecto de prejuzgar”. Principio, por su parte, viene del latín principium, formada por primus (el primero), capere (capturar, agarrar) y el sufijo –ium (efecto o resultado en sustantivo). Mientras que la definición que da la RAE es: “Norma o idea fundamental que rige el pensamiento o la conducta”. Ambas palabras sostienen su definición en la idea de anterioridad, ya sea a la hora de juzgar o referente a la manera de pensar. Como había dicho anteriormente, desde la persona más loca o ingenua hasta la más culta se rige por principios, o lo que viene a ser lo mismo, prejuicios. 



Retrato de un figurón histórico: Aquiles

Texto 2: Texto descriptivo sobre un personaje mitológico

Aquiles era hijo del mortal Peleo y la diosa Tetis. Como su nombre bien indica, es una combinación de ἄχος (‘dolor’, ‘pena’) y λαός (‘pueblo’, ‘tribu’, ‘nación’). En otras palabras, el héroe de las penas. 

Desde que su madre lo sumergió en la laguna Estigia pero olvidó mojar el talón por el que lo sujetaba dejándolo vulnerable en ese punto, Aquiles se volvió inseguro y acomplejado. Nunca le gustaron las batallas, desde pequeño lo que quería era participar en las Olimpiadas, en realidad es por eso que le llamaban pies ligeros y no por ninguna otra leyenda relacionada con el gigante Dámiso. Aquiles, de rasgos nórdicos pese a haber nacido en la Península Balcánica, tenía una espléndida melena de rizos rubios con la que deslumbraba a todos sus oponentes. Elásticos como un muelle, ondeaban al compás de sus movimientos, haciendo de cualquier batalla una bella escena y desprendiendo el olor del dios cristiano; un olor a incienso, un olor a madera de tilo, un olor a polvo de canela y salitre. Sus facciones, perfectamente simétricas y hermosas, provocaban confianza hacia cualquiera que se le acercara, enemigo o no. Nariz de corte griego, ojos cálidos como la luz del día y mirada fría como un témpano de hielo. Su torso, tan bien esculpido como el de David de Miguel Ángel, podría exhibirse en la Galería de la Academia de Florencia. De extremidades fuertes y robustas como un roble, no había dios ni ser humano que lo pudiera tumbar. Todo su cuerpo era fuerte como el de un atleta, pese a que sólo mostraba una pequeña parte de la fuerza con la que contaba nuestro hombre. Sus movimientos eran rápidos y elegantes, su voz imponente derrumbaba muros y hacía retroceder a los ejércitos. 

Aquiles fue criado por el centauro Quirón en el monte Pelión. Quirón los alimentó con fieros jabalíes, entrañas de león y médula de oso para aumentar su valentía; además, les enseñó el tiro con arco y el arte de la elocuencia. La valentía con la que contaba fue demostrada en numerosas ocasiones, pero toda la fuerza que transmitía su físico, no era compartida con su mente. Tener que dedicarse a algo que no lo satisfacía, lo convertía en una verdadera personificación de la pena. Pena que, a su vez, se transformaba en ira. Según narra la Ilíada, Aquiles era el único mortal que experimentaba la cólera trivial, característica de los dioses, una ira a veces vacilante y otras veces absoluta. Esto explicaría su constante mal humor, la crueldad que empleaba en las batallas y el acto a sangre fría de arrastrar por el campo de batalla durante nueve días el cuerpo ya sin vida de Héctor.

 

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